Una tecnología se considera disruptiva cuando su implantación implica la sustitución u obsolescencia de una tecnología anterior por la que se obtiene una ventaja competitiva tan significativa que cambia drásticamente los escenarios donde se introducen, así como las ‘reglas de juego’ hasta entonces utilizadas. El elemento clave radica en que los cambios producidos son estructurales, hay un antes y un después.
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