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Editorial

Un futuro verde y digital

Junta de Gobierno del COIT

Que la transformación digital está presente como un hito clave en todas las hojas de ruta tanto a nivel europeo como nacional ya no es ninguna novedad. Pero en este número de BIT hemos querido ahondar en un binomio incuestionable que definirá  Europa en este siglo XXI: la transición ecológica y la digitalización. Ambas se complementan y se necesitan para culminar el cambio de paradigma que pretende la Unión Europea, no solo para combatir las crisis ambientales, sino también para alcanzar un mayor progreso social y contar con un poder económico más dinámico, innovador y competitivo.

Aunque el cambio climático es la amenaza más directa y real que se cierne sobre el Planeta, existen múltiples crisis ambientales generadas por el agotamiento de los recursos materiales, el desequilibro del ciclo del agua, los sobreconsumos en entornos urbanos, el sistema energético basado mayoritariamente en los combustibles fósiles, la pérdida de biodiversidad o la degradación de los ecosistemas naturales. Por eso, las causas de las crisis ambientales también son múltiples.

La Unión Europea está trazando su ‘visión’ 2050 a través de una transición ecológica que en realidad es un cambio de modelo en los procesos de extracción, producción, distribución y consumo de materia y energía que va a necesitar de la digitalización para llegar a buen puerto.

Una base productiva digitalizada reduce el consumo energético y mejora la huella ambiental de toda actividad humana, pero además acelera los procesos ‘verdes’, aumentando la eficiencia en los procesos industriales, minimizando los impactos del cambio climático a través de la mitigación/adaptación, optimizando el uso del agua dulce, reduciendo la necesidad de materias primas, promoviendo una movilidad conectada y menos contaminante o diseñando edificios más inteligentes, por poner solo algunos ejemplos.

Solo así alcanzaremos en la UE la reducción de emisiones propuesta para 2030 (el objetivo es llegar a reducir el 55% respecto al dato base de 1990), así como un aporte de energías renovables del 32% en el total del consumo de energía y un 32,5% de mejora en la eficiencia energética, además de otros planes igualmente ambiciosos en materia de restauración de los ecosistemas terrestres y marinos, mejora de la gestión del agua (especialmente la urbana), lucha contra la desertificación, desarrollo de la economía circular o impulso a un nuevo modelo agroecológico. Sin olvidar el gran objetivo para 2050: la neutralidad climática.