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Editorial

Inteligencia natural

Junta de Gobierno del COIT

En los últimos años, la Inteligencia Artificial (IA) se ha convertido en una de las tecnologías que están sirviendo de motor en la transformación digital de nuestra sociedad. Ya no hay artículo de carácter tecnológico o incluso económico que no cifre en la IA el camino por el que habrá de discurrir nuestro futuro. Estados Unidos y Asia lo tienen claro.

Nuestro gobierno la considera dentro de las llamadas ‘tecnologías habilitadoras digitales’, habiendo planteado ya una Estrategia Española de I+D+i en IA, y la Comisión Europea la ha seleccionado como una de las áreas estratégicas sobre las que se deben apoyar las políticas del mercado único digital. Aún así, España y Europa tienen todavía un importante camino que recorrer, algo para lo que, esperemos, el reciente anuncio del establecimiento de 17 centros de excelencia de la red ELLIS (iniciativa europea sobre investigación en IA), uno de los cuales tendrá sede en Alicante, pueda servir de impulso.

También atestigua la importancia de la IA en nuestras vidas su uso creciente en campos de aplicación tan cercanos a nuestra actividad diaria como edificios y ciudades, (como veremos en este número), pero también salud, educación, industria, energía, seguridad… Igualmente, el prestigioso informe anual ‘Artificial Intelligence Index Report’, publicado por la Universidad de Stanford y cuya edición de 2019 ha visto la luz hace tan solo unas semanas (diciembre 2019), incide en el enorme crecimiento de publicaciones científicas en este campo, la mejora de prestaciones que se aprecia en áreas como el reconocimiento de imagen o el lenguaje natural o el aumento de patentes, de nuevo empleo especializado o de startups dedicadas a soluciones tecnológicas basadas en la IA. Ahora bien, en sus capítulos finales este informe también pone de manifiesto la creciente preocupación de la sociedad por las cuestiones éticas derivadas del uso de esta tecnología.

En este sentido, como discuten nuestros colaboradores en este número, deberemos ocuparnos de resolver el dilema, si existiera (¿existirá?), entre la IA y nuestra ‘inteligencia natural’, haciendo que la primera sea solamente una herramienta que apoye y supla de forma también ‘natural’ las posibles ‘debilidades’ de la segunda, que es para lo que realmente fue concebida… ¿o no fue así?

Será, en cualquier caso y con toda certeza, una de las responsabilidades de los profesionales en este campo, que deberán formarse para concebir los sistemas ‘inteligentes’ con las garantías no solo técnicas sino éticas para que la tecnología siga siendo uno de los pilares de desarrollo de nuestra sociedad.

Si pretendemos lograr una sociedad también ‘inteligente’, su desarrollo lo deberá ser en todos los ámbitos, abordando de forma ‘natural’ aquellas cuestiones que nos apelan de forma global. Porque, como también enfatiza el citado informe, aparte de los retos de carácter ético que surjan en su propio desarrollo (como transparencia, ecuanimidad, justicia, modelos interpretables y explicables, transparencia, responsabilidad, privacidad, fiabilidad, seguridad…), la IA puede y debe contribuir a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por Naciones Unidas, y se deberán “buscar soluciones para soslayar los problemas que puedan impedir que la IA alcance su máximo potencial en cuanto a impacto social”.