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Tribuna

Ramón Millán

Ramón Millán

Ingeniero de Telecomunicación.

Los conejillos de indias de las redes sociales

Los likes ayudan a los algoritmos de machine learning a catalogar de forma automática la forma de pensar y los gustos de los usuarios

 

Ha llegado el momento de impulsar la ética en la tecnología. De lo contrario, caminamos directos a nuestra propia destrucción

El documental ‘The social dilema’ (‘El dilema de las redes sociales’) se estrenó el pasado mes de febrero de 2020 en el Festival de Cine de Sundance (Estados Unidos) y, desde hace unos meses, está incluido en el catálogo de Netflix. Os recomiendo verlo, pues no os dejará indiferentes.

El documental recoge los testimonios de varios antiguos altos cargos de Facebook, Google, Instagram, Twitter, etc., dejando entrever los grandes riesgos que suponen las redes sociales para la sociedad, en especial para la generación ‘Z’ (1994-2010). Según estos expertos, las redes sociales que nos ayudaron inicialmente a encontrar a viejos amigos o mantener un contacto más cercano con familiares distantes se han convertido ahora en potentes herramientas para manipular nuestras emociones y comportamientos. Entre los impactos negativos se describe la adicción, manipulación, desinformación, radicalización, depresión, ansiedad…

Según datos de Apple, desbloqueamos nuestro iPhone una media de 80 veces al día. Cada vez que lo hacemos, varias aplicaciones luchan por mantener nuestra atención. Cuanto más nos conectemos e interactuemos con ellas, más información tienen de nosotros y más ingresos potenciales pueden conseguir. Citando al inventor y filósofo estadounidense Jaron Lanier, los algoritmos de las redes sociales han creado un nuevo modelo en el que “el comportamiento de los usuarios es el producto”.

Estas herramientas no son gratuitas, se financian con publicidad. Para hacerse una idea del volumen de negocio del que hablamos, los ingresos mundiales por la publicidad online superan actualmente a la publicidad conjunta en cines, carteles, revistas, periódicos, radio y televisión. Se trata de un mercado muy lucrativo y que seguirá creciendo aún más en los próximos años. Lo que hace con nuestros datos, es adaptar y personalizar los anuncios para que tengan aún un mayor impacto. También hay negocios menos lícitos, como los reportados en una investigación de The New York Times, donde se reveló que Facebook había estado compartiendo datos privados de sus usuarios para su utilización por otros servicios de más de 150 compañías, entre las que estaban Amazon, Apple, Microsoft, Netflix o Spotify.

Las técnicas y algoritmos para atraernos son muy variadas; desde notificaciones hasta recomendaciones automáticas, publicaciones sugeridas… El documental que antes citaba pone de manifiesto el enorme crecimiento de las noticias falsas (fake news), que, con titulares impactantes y contenido no verificado y radical, fomentan la viralización y discusión acalorada entre los usuarios de las redes sociales.

Además, herramientas como los likes ayudan a los algoritmos de machine learning a catalogar de forma automática la forma de pensar y los gustos de los usuarios. De esta forma, se fomenta de forma premeditada un pensamiento polarizado, con peligrosas consecuencias en las relaciones y la autoestima, en vez de fomentar un pensamiento crítico. La realidad no es ni blanco ni negro, siempre es gris.

Amenazados

Durante el documental se señala, que la propia democracia y libertad puede llegar a ser amenazada y que es necesaria una mayor regulación y control de las redes sociales. En otro caso, estas herramientas podrían ser utilizadas por políticos, empresas, organizaciones o países para manipular nuestros pensamientos y sentimientos.

Antes de Donald Trump, Estados Unidos fue gobernado por Barack Obama, el primer presidente de color y un líder ético, moderado y diplomático. Pero los ciudadanos del país decidieron en las elecciones del 8 de noviembre de 2016 pasar las riendas a un líder radicalmente opuesto. La personalidad de Trump, según psicólogos expertos, es narcisista, ególatra, prepotente, intolerante, agresiva…

¿Hubiera alcanzado Trump la presidencia de Estados Unidos si no hubieran existido Facebook o Twitter? La gran mayoría de medios de comunicación apoyaron a Hillary Clinton, incluso aquellos que en el pasado respaldaron a líderes republicanos decidieron mantenerse neutrales. Sin embargo, las redes sociales rugían en torno a un político inusualmente transparente, con un discurso radical plagado de improperios, descalificaciones, groserías, soluciones fáciles a problemas difíciles… A final, Trump salió victorioso contra todo pronóstico.

¿Cómo poner freno a las amenazas que suponen estos gigantes tecnológicos? Pues se me ocurren muchas ideas que deberían buscar el mayor consenso internacional. Entre otras muchas opciones, destacaría una regulación antimonopolio idéntica a la aplicada a los antiguos monopolios telefónicos europeos con compartición de plataformas y servicios; multas económicas cuando se superan ciertas cuotas de mercado; protección de la privacidad y los datos obtenidos de los usuarios; asegurar la posibilidad de portar los datos entre plataformas; el pago de impuestos considerando el lugar donde se encuentra el usuario a partir del cual se obtiene el ingreso directo o indirecto; identificación de las cuentas creadas por los usuarios impidiendo perfiles falsos y duplicados; verificación de las fuentes de información para evitar las informaciones falsas…

Ha llegado el momento de impulsar la ética en la tecnología. De lo contrario, caminamos directos a nuestra propia destrucción. Citando a Niall Ferguson, uno de los grandes historiadores de nuestra época, “enseguida notaremos que somos tan importantes para los algoritmos, como los animales lo son actualmente para nosotros”. Stephen Hawking también alertó en varias ocasiones sobre los riesgos de la Inteligencia Artificial. El propio Mark Zuckerberg, en el artículo ‘The Internet needs new rules. Let’s start in these four areas’ del Washington Post, pide a los Gobiernos más regulación en Internet.

La adopción de nuevas leyes capaces de abordar los nuevos y complejos problemas de las plataformas digitales son necesarios y urgentes. Además, ante gigantes digitales globales, con valores de mercado y niveles de tesorería superiores al PIB de muchas naciones, lo más apropiado es que los gobiernos acuerden leyes globales. La Unión Europea, que además no cuenta con ninguno de estos gigantes, concentrados principalmente en Estados Unidos y China, debería ser quien llevara la delantera.

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