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Tribuna

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Javier Domínguez

Ingeniero de Telecomunicación.

No basta con conectar

Hemos contribuido a crear un monstruo innovador (internet), y el monstruo nos ha superado; la marca teleco se ha diluido en el entusiasmo creativo que ha contagiado a todas las profesiones

La nueva Ley General de Telecomunicaciones revalida la necesidad de una ingeniería que facilite lo que se promulga y genere bienestar y prosperidad. Ha de servir, también, para paliar la aparente falta de visibilidad de los telecos.

La Ingeniería de Telecomunicación goza del reconocimiento social por su contribución al desarrollo de la conectividad y la inteligencia de las redes, esenciales para el bienestar de la ciudadanía y el impulso a la innovación. A la vez, sobrevuela la sensación de que los Ingenieros de Telecomunicación no tienen, en los nuevos proyectos de la transformación digital, el protagonismo que deberían. Creo que el asunto es poliédrico, pero en el discurso predomina la justificación de la falta de visibilidad de los telecos.

Sucede que hemos contribuido a crear un monstruo innovador (internet), y el monstruo nos ha superado; nuestra marca se ha diluido en el entusiasmo creativo que ha contagiado a todas las profesiones. Pero hay algo incuestionable: en esta revolución no hay innovación que sobreviva sin una conectividad inteligente; sin conectividad, no hay negocio.

Lo de la visibilidad suena bien, pero resulta abstracto; intuyo que el objetivo es reforzar la identidad y la autoestima colectiva. Puesto a la tarea me pregunto cómo podríamos mejorar ‘nuestra visibilidad’. ¿Financiamos la formación de periodistas especializados que fomenten los mensajes estimulantes en los medios de comunicación y allí donde acuden las audiencias juveniles? ¿Contratamos a youtubers que expliquen nuestra trascendencia social? ¿Patrocinamos una serie televisiva en la que sean protagonistas los telecos y sus aventuras tecnológicas? Lo relevante es qué se cuenta y cómo se cuenta. Y para conquistar la percepción ciudadana, hemos de priorizar el relato de los hechos con sus circunstancias a las inciertas expectativas tecnológicas. Además, hemos de cuidar la pedagogía para explicar y difundir la aportación de la Ingeniería de Telecomunicación, con un lenguaje claro, accesible y fácil de entender por la ciudadanía.

Hay motivos para rechazar una mirada deprimida de la Ingeniería de Telecomunicación. Pienso, por ejemplo, en la recién publicada (junio de 2022) Ley General de Telecomunicaciones. Ha sido la cuarta en los últimos 25 años. Pocos son los sectores que han tenido, en este tiempo, un desarrollo legislativo tan prolífico, si bien parte de su contenido procede de la trasposición de la biblia de la Unión Europea sobre las ‘comunicaciones electrónicas’.

Adjetivar las ‘comunicaciones’ calificándolas como ‘electrónicas’ pareció un matrimonio de conveniencia para excluir las aplicaciones que transitan por internet y así liberarlas de la servidumbre de los servicios de telecomunicación. Aunque la definición de los ‘servicios de comunicaciones electrónicas’ ha evolucionado, la frontera con esas aplicaciones sigue siendo compleja e imprecisa.

En esta confusión quizá se encuentre otro de los motivos por los que, en el subconsciente, se ha difuminado la Ingeniería de Telecomunicación. Con acierto, el legislador español ha respetado el marco genérico de las telecomunicaciones, si bien se ha visto obligado a cobijar al matrimonio y sus circunstancias.

En sus 159 páginas, la nueva Ley General ofrece argumentos sólidos sobre la importancia social del sector y la necesidad de una ingeniería que facilite lo que la Ley promulga y genere bienestar y prosperidad. Pero, para ello, no basta con conectar.

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