Aunque tal vez debería reservar esta idea para el final, voy a plantearla desde el principio: negando la mayor. Al menos desde el punto de vista de la profesión, no hay melón que abrir; no existe una demanda de egresados de nuevas titulaciones que deseen incorporarse a nuestras organizaciones, ya sean al Colegio o las Asociaciones de Ingenieros e Ingenieras, las reguladas.
Desde todo punto de vista, generar oferta y expectativas sin que exista demanda se escapa a los planteamientos de mercado, a menos que se quiera fantasear con que se tiene la capacidad de crear una demanda, una necesidad, y se guarda en la recámara la solución mágica de una oferta que la satisfaga.
Siempre se podrá hablar de generalidades y frases escuchadas, pero dudo que se pueda presentar siquiera un análisis prospectivo, porque lo más parecido, aunque reconozco que, sin un sólido soporte científico, es el escenario que describo a continuación.
Por el recorrido temporal que tienen las nuevas titulaciones, y centrándonos en los másteres, aunque quizás me aventure al plantearlo porque, desde ese cariño por las cucurbitáceas, también se podría estar considerando abrir el melón de los Ciclos Superiores y Grados.
Al fin y al cabo, son enseñanzas superiores de nivel 1 y 2, según el Marco Español de Cualificaciones para la Enseñanza Superior (MECES). Pero para convertir todo esto en un caso concreto, digamos que un estudiante que haya cursado un Grado Bolonia y luego un Máster Bolonia, terminaría sus estudios entre 5 y 6 años después de comenzar, dependiendo de la duración del máster.
Un estudiante de las primeras promociones Bolonia que comenzó en 2010 con 18 años terminó su máster en 2016 con 24. Hoy tiene 32 años y, si sigue la tendencia general, le faltan al menos ocho años más para considerar colegiarse, si es que llega a hacerlo.
El cálculo puede sorprender, pero la realidad, al menos en nuestro colectivo de Ingenieros e Ingenieras de Telecomunicación, es que la edad media a la que se colegian, quienes lo hacen, es de 40 años.
Si a esto le sumamos que la extinción de titulaciones de máster es bastante elevada, nos encontramos con que ese egresado, antes de mostrar interés por incorporarse a una organización profesional, podría descubrir que su titulación ya no está ‘viva’ porque se ha extinguido. Algo parecido a lo que nos dejó perplejos cuando nos explicaron por primera vez la velocidad de la luz y cómo medir distancias en tiempo: “¿Ves esa estrella? Pues estás viendo algo que ya no existe”.
Dicho lo anterior y como los ejercicios de retórica, sean o no reflexiones, siempre son enriquecedores, tenemos la fortuna de poder aplicar lo que en las Escuelas de Negocio denominan el Método del Caso; es decir, el estudio de un caso real, estudios de una situación concreta que nos hacen aprender.
Y lo podemos hacer porque es precisamente en nuestro colectivo profesional donde hace 30 años se planteó una situación equivalente. No es que tengamos un caso, tenemos ‘El Caso’. Se ha citado y referenciado en el artículo que se publicó en esta misma tribuna en el número anterior de BIT. Se trataba del título de Ingeniero Electrónico, uno de los últimos títulos pre-Bolonia que se añadieron al Catálogo de títulos oficiales cuando tal catálogo existía.
En aquel momento, una Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación (no estábamos en tiempos de vocabulario inclusivo) comenzó a impartir el mencionado título y algunos consideraron que, puesto que los contenidos eran similares y estaban formados ‘por’ y ‘junto a’ Ingenieros de Telecomunicación, podían formar parte de las mismas organizaciones profesionales que éstos.
Por supuesto, se abrió un melón, melón que ya entonces, desde el punto de vista profesional, tampoco existía en términos de demanda por parte de egresados, pero que generó un conflicto en las organizaciones que concluyó como ya se ha descrito en el artículo mencionado del anterior número de BIT. De forma breve y permitiéndome alguna licencia, se vino a decir que, si es blanco y está en botella ¿por qué no le llamas leche?
No es inusual escuchar que la Orden Ministerial que regula las enseñanzas que deben cursar los estudiantes del Máster Universitario en Ingeniería de Telecomunicación—el que habilita para la profesión de Ingeniero de Telecomunicación—está tan encorsetada que dificulta la adaptación de los planes de estudio al ritmo de evolución de lo que entendemos por telecomunicaciones.
Sin embargo, todos los términos que hoy se consideran parte de las telecomunicaciones figuran entre las competencias que establece esta Orden Ministerial: modelado matemático, ingeniería de empresa, investigación, desarrollo e innovación, criterios medioambientales, técnicas avanzadas de procesado digital de señales, seguridad, diseño y circuitos integrados, fotónica y optoelectrónica, bioingeniería, ciberseguridad, conversión fotovoltaica, nanotecnología, telemedicina y emisiones electromagnéticas, entre otros.
Es un hecho que se avecinan cambios. En realidad, ya estamos inmersos en ellos, lo cual es sin duda positivo. Debemos aprovechar esta oportunidad para reflexionar y debatir si es necesario convertir cada una de estas competencias en un máster independiente o si, en cambio, debemos cuidar El Máster, manteniéndolo actualizado y en perfecto estado de revisión para que resulte atractivo a los posibles demandantes.