Una antigua historia…
Lo cierto es que las nuevas titulaciones rompieron el tradicional estatus en el ámbito de la Ingeniería, cuando cada título académico tenía definidas sus atribuciones profesionales (las nuestras datan de 1931), una asociación profesional (integrada en el Instituto de la Ingeniería de España) y un colegio profesional de ‘colegiación obligatoria’ para el ‘ejercicio profesional’.
En el COIT y la AEIT, se generó un debate interno, asumiendo que tarde o temprano se rompería el statu quo y que era la ocasión para pensar en el futuro Ingeniero de Telecomunicación, que ya entonces algunos percibíamos como un Ingeniero TIC o un ingeniero digital, en todo caso inclusivo en el ámbito TIC.
El debate concluyó con una encuesta, mayoritariamente contestada por los colegiados, en la que un tercio de ellos proponían su colegiación en el COIT y su asociación en la AEIT. Otro tercio propuso sólo su asociación en la AEIT y, finalmente, un tercio de las contestaciones abogaban por su no admisión en ninguna de nuestras organizaciones. Las Juntas de Gobierno del COIT y Directiva de la AEIT decidieron no explorar las posibilidades legales de su incorporación, que en el caso del COIT no eran ni mucho menos evidentes.
Traigo esta historia a colación para poner de manifiesto lo difícil que es cualquier cambio en el entorno de las organizaciones profesionales y porque en ella está el origen de los problemas actuales: la generación de títulos desde el entorno académico sin pensar, y mucho menos regular, su impacto en el ámbito profesional.
… y en esto llegó Bolonia
La construcción de un Espacio Europeo de Educación, conocido como ‘el proceso de Bolonia’, pretendió generar un marco común de homologación de titulaciones. Promovida desde Europa, su objetivo último, más allá de las pomposas intenciones escritas en los documentos, era uniformizar las estructuras de los títulos académicos para facilitar la movilidad de los estudiantes en la Unión Europea. Y eso, sin duda, lo consiguió. En otros objetivos, como la transformación de las metodologías docentes o la puesta en marcha de sistemas internos de garantía de calidad, los resultados han sido más discutibles.
En todo caso, lo cierto es que las universidades españolas, en un intento de competir con ventaja en la captación de nuevos estudiantes, aprovecharon la mayor flexibilidad que el nuevo entorno normativo permitía para el establecimiento de nuevas titulaciones.
Con la excusa de adaptarse al nuevo modelo generaron una gran proliferación de títulos, en muchos casos difíciles de identificar y sobre todo valorar por parte del mercado laboral. Tampoco se diseñaron teniendo en cuenta su impacto en las estructuras profesionales de nuestro país.
En mi opinión se ha llegado a un caos de titulaciones, muchas de ellas con muy pocos alumnos y por tanto poco conocidas y valoradas o, por el contrario, títulos de moda con mucha aceptación, pero con pocas salidas profesionales.
No debe olvidarse que el impacto de un título en el mercado laboral es proporcional al número de titulados y a la calidad de su formación. El prestigio de las titulaciones de ingeniería siempre se basó en estos dos hechos; pocas ingenierías, bien definidas y con altas exigencias académicas.
Las profesiones reguladas
La solución que se encontró para compatibilizar el nuevo escenario con las actividades de las organizaciones profesionales clásicas fueron las profesiones reguladas, aquellas para las que el acceso y ejercicio profesional está condicionada por el cumplimiento de determinados requisitos legales y formativos, concretamente la obtención de títulos académicos específicos o pruebas y exámenes concretos.
Son unas cuarenta y la mitad de ellas se corresponden con las ingenierías clásicas. Se justifican porque su actividad es de especial relevancia y el Estado ha cedido algunas de sus competencias a estos profesionales para asegurar la calidad de algunos servicios y la protección de los ciudadanos.
Una de estas profesiones reguladas es la Ingeniería de Telecomunicación, asociada al título Máster Universitario en Ingeniería de Telecomunicación (MUIT), cuya obtención es requisito para colegiarse en el COIT. Obviamente figurar en esta selecta lista, fruto de una brillante actividad de más de cien años, tiene algunas ventajas, pero también algunos importantes inconvenientes entre los que destacaré dos:
- Los planes de estudio de las titulaciones universitarias están regulados por las ordenes CIN (la nuestra es la Orden CIN/355/2009, de 9 de febrero), que no se han modificado (ni se espera que se haga) y que fija en buena medida los contenidos de los planes de estudio. A medio plazo es una dificultad para adaptar los contenidos del título a la evolución de las tecnologías.
- El número de alumnos egresados es cada vez menor por la competencia de otras titulaciones que requieren menos esfuerzo y son mucho más especializadas: ciberseguridad, IA, biomedicina… Un ejemplo es nuestra Escuela decana de la Ciudad Universitaria de Madrid. Aunque es la que más alumnos egresa del MUIT, ya genera más titulados entre el resto de másteres que ofrece, todos ellos con contenidos directamente relacionados con la Ingeniería de Telecomunicación e impartidos por los mismos profesores.
¿Un debate sobre el futuro de la Ingeniería de Telecomunicación?
Los párrafos anteriores son un mero esbozo de una problemática que afecta a la situación académica y profesional de nuestra actividad. ¿Cuánto tiempo podrá mantenerse esta situación y cuáles son sus consecuencias? ¿Hacia dónde debe encaminarse nuestra profesión? La solución no es fácil y las posibles alternativas están llenas de incertidumbres, pero quizá convenga abrir una reflexión serena y profunda que nos prepare ante los inevitables cambios que, tarde o temprano, van a venir.