Confieso que no soy inmune al hábito de la inmediatez y que sucumbo fácilmente ante el impulso de consultar el móvil. Reconozco que ese pequeño, inteligente y amigable dispositivo altera mi quehacer cotidiano: no podría pasar sin él y siento pánico al imaginar que lo pierdo. Pero mentiría si dijese que experimento algún sentimiento de culpabilidad. Todo lo contrario. Me enorgullece pertenecer a una profesión que es partícipe de una de las transformaciones tecnológicas más importante de las últimas décadas.
Uno se complace observando el entusiasmo por dominar unas habilidades digitales que estimulan el conocimiento, la creatividad y facilitan el lenguaje de la comunicación audiovisual. Aprecio, también, las oportunidades que brindan las redes sociales para crear comunidades en las que se comparten referentes y se refuerza la conciencia asociativa. Y me divierten las posibilidades que ofrece Internet para ver televisión, jugar o escuchar música.
No sería ecuánime si ignorase que el uso de la tecnología no es inocente. Evito militar entre los que componen su discurso enfatizando los riesgos de las tecnologías y sostengo que los usos inadecuados, que los hay, no deberían ser la noticia más relevante. Me justifico argumentando que la silla eléctrica no demoniza la electricidad o que el cáncer de piel no condena al sol ni la embriaguez excluye el placer de saborear un buen vino.
Admito que como usuario de Internet he de convivir con estímulos persuasivos que resultan molestos. Unos son el fruto de la siembra de los que persiguen monetizar, con nuestros datos, los servicios gratuitos que disfrutamos. Otros son trampas tendidas por los que aprovechan la Red para timar o captar el interés de los colectivos más vulnerables. En muchos incentivos se intuye el uso de la Inteligencia Artificial para manipular nuestras preferencias.
Como compensación, la propia tecnología debería contribuir a mitigar los problemas que crea. Desde esta perspectiva ¿no habría que impulsar, en los planes de la Inteligencia Artificial, el desarrollo de modernas herramientas que alivien los temores al uso de las nuevas tecnologías? Herramientas de uso general que aprendan, que refuercen la transparencia y la privacidad y que desenmascaren a quienes se comportan de manera inadecuada.
La sugerencia suena a quimera ya que esos desarrollos competirán, como pugnas entre Inteligencias Artificiales, con los recursos de gigantes tecnológicos que sentirán amenazadas sus expectativas de negocio. Por ello, se necesita, además, el amparo de un marco regulatorio que proteja los derechos digitales de la ciudadanía.
Esto no ha hecho más que empezar. Las nuevas tecnologías seguirán deparándonos sorpresas y oportunidades acompañadas de inquietudes y objeciones. Queda mucho debate por delante. Soy optimista y, así como un expresidente de Gobierno proclamó: ¡Viva el vino!, permítanme promulgue: ¡Viva la tecnología!… ¡Por supuesto, de Telecomunicación!