La inteligencia artificial está ya en nuestras vidas, aunque no seamos muy conscientes de ello. Está en nuestros teléfonos móviles, en nuestros vehículos, en muchas de las webs con las que interactuamos, y, desde luego, en todas las industrias, desde las más sofisticadas o que nacieron directamente digitales, a las más primarias o tradicionales como la agricultura, la ganadería o la minería. Tres factores se han unido para que así sea: la profusión de datos, el desarrollo de algoritmos y la enorme potencia de computación y de almacenamiento de los ordenadores.