El despliegue de la fibra es fundamental para Europa. Su posicionamiento y crecimiento en los próximos años depende en buena parte de esta infraestructura de comunicación. Pero actualmente existe una gran desigualdad entre países, con España claramente a la cabeza y grandes economías como Alemania, Inglaterra e Italia mucho más rezagadas. ¿Cómo se afronta el empuje que necesita el continente?
La pasada pandemia del COVID-19 y la invasión de Ucrania han acelerado tendencias que veníamos observando, y han agudizado tensiones que calificábamos como potenciales y que finalmente se han materializado. Es importante identificar, lo mejor posible, el nuevo entorno para poder adaptarnos y actuar en consecuencia.
La soberanía digital es uno de los grandes desafíos europeos de la próxima década. La digitalización de nuestras sociedades es también la digitalización de sus modelos de producción, la capacidad laboral y las relaciones internacionales. Podemos afirmar que, a día de hoy, la soberanía política, tiene un componente tecnológico fundamental.
Europa se encuentra inmersa en una revolución digital donde los cambios ocurren a una velocidad más vertiginosa, donde la adopción de nuevos servicios y productos puede alcanzar a varios millones de usuarios en apenas unos días y donde la superposición de tecnologías da lugar a ciclos de vida cada vez más cortos.
La digitalización está impulsando múltiples avances tecnológicos que configuran un futuro ilusionante para todos. Hablamos de fenómenos como la Inteligencia Artificial, los objetos conectados, la automatización del transporte, el metaverso o la robotización que, casi cada día, protagonizan noticias sobre su vertiginoso desarrollo. Sin duda, estas innovaciones, junto con la sostenibilidad medioambiental y social, marcarán los próximos años y contribuirán al progreso económico y humano.
La soberanía tecnológica para la década de 2030 no será posible sin dominar los elementos estratégicos de la cadena de valor. Estamos al borde de la convergencia de los mundos físico, digital y biológico con las nuevas tecnologías digitales que están por llegar. Mientras que hoy ya vemos cómo las industrias y las sociedades se digitalizan y crean ganancias en eficiencia y nuevas formas de cooperar, la perspectiva de utilizar tecnologías del metaverso abrirá un capítulo completamente nuevo de realización del potencial exponencial de la digitalización.
El contexto actual exige que Europa aumente su autonomía y reduzca su dependencia de otros actores internacionales. Y para ello no solo es necesaria la colaboración y coordinación entre países, también resulta imprescindible el entendimiento con instituciones de fuera del continente.
Una tecnología se considera disruptiva cuando su implantación implica la sustitución u obsolescencia de una tecnología anterior por la que se obtiene una ventaja competitiva tan significativa que cambia drásticamente los escenarios donde se introducen, así como las ‘reglas de juego’ hasta entonces utilizadas.
Nadie mejor que Daniel H. Wilson, doctor en robótica por la universidad Carnegie Mellon y novelista de ciencia ficción de gran éxito, para describir la decepción que durante muchos años ha subyacido en torno a la robótica, una aparentemente eterna promesa de futuro: “A veces una tecnología es tan asombrosa que la imaginación se desboca con ella, a menudo muy, muy lejos de la realidad. Es lo que pasa con los robots. Al principio se hicieron grandes promesas en robótica, basadas en éxitos preliminares, que finalmente no se cumplieron”.
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