Javier Nadal
Ingeniero de Telecomunicación. Miembro del Foro Histórico de las Telecomunicaciones
Centenario Telefónica
Una nueva Telefónica para una España moderna
Las previsiones contractuales con su socio tecnológico hicieron que, en la década de 1960, Telefónica tuviera la oportunidad de afrontar su futuro sin tutelas. Asumir el reto le permitió jugar un papel esencial en la modernización de los servicios de telecomunicación y en la creación de un sector industrial diversificado, justo en el momento en que España iniciaba su despegue económico y la transformación social que la sintonizaría de nuevo con Europa.
El 21 de diciembre de 1946, con más de un año y medio de retraso respecto a la fecha de caducidad, se firmó el nuevo contrato de concesión del servicio telefónico entre el Gobierno y la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE).
El Contrato era solo una pieza del acuerdo que habían alcanzado el Gobierno de Franco y la ITT de S. Behn tras siete años de largas, complejas y, por momentos, tensas conversaciones hasta que la parte americana accedió a desprenderse de sus acciones de soberanía sobre la CTNE. Más que acuerdo, tal vez podría calificarse de armisticio.
El Gobierno compraba las acciones de soberanía, pero la ITT mantenía su relación con la Compañía por dos vías: un contrato de asesoramiento técnico en favor de ITT, que garantizaba su presencia en el Consejo de Administración, y otro de suministro en exclusiva durante veinte años, en favor de Standard Eléctrica SA (SESA). Además, la CTNE adquiría un 20% de las acciones de SESA, entrando en su Consejo de Administración y manifestaba públicamente que la nacionalización de Telefónica no significaría su estatalización.
Con estas premisas, durante veinte años más ITT, seguiría presente en Telefónica con un estatus más próximo al de un socio que al de un proveedor y manteniendo una notable capacidad de influencia en la gestión de la compañía.
Arranque de la nueva Telefónica
En 1965, cuando el contrato de exclusividad de SESA estaba próximo a concluir, Antonio Barrera de Irimo fue nombrado presidente de la CTNE, asumiendo el cargo con carácter ejecutivo, en coherencia con la mayor autonomía para gestionar la empresa que el final de las obligaciones contractuales con la ITT dejarían en breve en las manos del nuevo presidente. La importancia de este momento no se puede minimizar, puesto que realmente significaba el punto de arranque de una nueva Telefónica. Sin tener la mayoría del capital, el Estado era de largo el primer accionista de la empresa.
Durante veinte años más ITT, seguiría presente en Telefónica con un estatus más próximo al de un socio que al de un proveedor
Aunque no tuviera la voluntad de estatalizarla, sí mantenía algunos intereses legítimos que debían ser compatibles con la buena gestión, con la consecución de unos saludables ingresos para las arcas públicas provenientes de los tres únicos orígenes posibles: el canon establecido en el Contrato (6% de los ingresos brutos), el impuesto por uso del teléfono (un recargo del 22% en las facturas de los clientes) y los dividendos por la participación accionarial del Estado en la CTNE. Además, se reservaba el derecho de aprobar los cambios de tarifas. Lo demás era competencia de Telefónica y su equipo gestor.
El momento histórico también era singular por otras razones. España estaba saliendo de dos décadas de letargo con su incorporación a la ONU, al FMI y al Banco Mundial, y con la aprobación del Plan de Estabilización. Todo ello generó una dinámica de cambio social y económico que, a mediados de los años 60, se percibía como irreversible.
En 1965, cuando el contrato de exclusividad de SESA estaba próximo a concluir, Antonio Barrera de Irimo fue nombrado presidente de la CTNE
El país estaba cambiando la piel y la tecnología que representaba Telefónica tenía un papel estratégico que jugar. No solo para atender la demanda de teléfonos que no paraba de crecer, sino para crear las infraestructuras de telecomunicación que los nuevos tiempos demandaban.
Ambos objetivos exigían obtener recursos adicionales para financiar las inversiones necesarias. Se hizo por tres vías: Un ajuste de tarifas, que llevaban seis años sin tocarse; ampliaciones de capital ofrecidas al público con campañas publicitarias que implantaron la cultura del ‘capitalismo popular’, y una nueva política de proveedores que revolucionó el modelo histórico mantenido con SESA y fue la base sobre la que se cimentó un potente sector industrial de telecomunicaciones en España.
Afrontar el crecimiento
La red telefónica española llegaba a 1965 con apenas 2,8 millones de teléfonos activos mientras que los estudios de demanda (confirmados por la realidad) indicaban que en los siguientes diez años habría que poner en servicio, al menos, otros cinco millones, además de las ampliaciones de la red consiguientes. Depender de un único suministrador era muy arriesgado, tanto por el volumen de los pedidos como por la ausencia de alternativas.
A estos efectos, se consideraron los tres conjuntos de elementos que estructuran la red (transmisión, conmutación y cables) y se buscó un segundo suministrador solvente en cada uno de ellos para competir con SESA, que ya estaba presente en los tres.
El objetivo era atraer a empresas internacionales líderes en esas materias, que tendrían asegurada una parte del mercado español si se comprometían a crear una empresa compartida con Telefónica para fabricar en España, realizar en ella parte de su actividad de I+D y enfocar su producción también a otros clientes nacionales o internacionales.
El primer acuerdo se alcanzó con la italiana Telettra SpA para crear una empresa de transmisión y radio (Telettra Española S.A) de la que Telefónica tendría el 51% del capital. Se Instaló en Torrejón de Ardoz, donde tenía su fábrica principal y el centro de I+D, y se contrató a un grupo numeroso de ingenieros (superiores y técnicos) recién egresados. Empezó a suministrar equipos en 1970.
La empresa sueca Ericsson, que ya tenía presencia en España desde 1922, llegó a un acuerdo con Telefónica para crear INTELSA, empresa que fabricaría centrales de conmutación y realizaría actividades de I+D, contratando también a un numeroso grupo de técnicos españoles y empezando el suministro en el año 1972. Telefónica tendría el 49% del capital, pudiendo optar a la mayoría diez años más tarde.
Finalmente, la empresa norteamericana General Cable y Telefónica crearon la Compañía de Cables de Comunicaciones en Zaragoza, en la que la CTNE tenía el 49% del capital, para competir con SESA. La empresa consiguió importantes contratos internacionales además de cumplir sus compromisos con Telefónica.
De esta manera, Telefónica se garantizó los suministros necesarios, a unos precios mejores, para atender unos requerimientos de inversión que, durante los ocho años de presidencia de Barrera, crecieron al ritmo del 14% anual en pesetas constantes.
El Grupo industrial de Telefónica se completó en los años sucesivos con otras empresas de diferentes ámbitos tecnológicos como SECOINSA (una alianza con Fujitsu), ATT Microelectrónica, Amper o ELASA, siendo el Grupo de referencia de la industria electrónica española hasta que, en los años noventa, Telefónica tuvo que deshacerse de todas sus participaciones, cuando la liberalización de las telecomunicaciones hizo inviable continuar con la política de integración vertical de industria y los servicios.
Más allá del teléfono
En aquellos años, el teléfono ya no era el único servicio importante que necesitaban las sociedades desarrolladas. Telefónica, apoyada en la capacidad tecnológica de su equipo técnico y del Grupo industrial, adquirió un importante posicionamiento como operador internacional de telecomunicaciones a través de las dos modalidades punteras en la época: los cables y los satélites.
También participó en la construcción y explotación de cinco cables submarinos internacionales (España-Italia-1, TAT-5, MAT-1, España -RU-1 y Bracan) y construyó en España cinco estaciones terrenas de comunicación por satélite (Maspalomas, Buitrago I,II y III, y Agüimes) con las que formó parte de los consorcios internacionales Intelsat, Inmarsat y Eutelsat.
Muchas de las iniciativas desarrolladas en estos años y sucesivos son deudoras del CIE (Centro de Investigación y Estudios), creado en 1966 y que se convirtió en Telefónica I+D en 1988
Capacidad de innovación y de anticipación demostró Telefónica en 1970 con la creación de la Red Especial de Transmisión de Datos (RETD), una de las primeras del mundo que constituyó una herramienta fundamental para la modernización de los sectores más dinámicos de la economía.
Para su gestión se creó la División de Informática (una especie de spin off interno) que en los años 80 llegó a tener su propia tecnología de conmutación de paquetes (Tesys) desarrollada por un consorcio de tres empresas: Telefónica, Secoinsa y Sitre.
Muchas de las iniciativas desarrolladas en estos años y sucesivos son deudoras del CIE (Centro de Investigación y Estudios), creado en 1966 y que se convirtió en Telefónica I+D en 1988.
El país estaba cambiando la piel y la tecnología que representaba Telefónica tenía un papel estratégico que jugar
Era un centro de innovación y excelencia donde nacieron muchos productos y servicios, como Tesys, Infovía o Imagenio, que han configurado la personalidad de Telefónica a lo largo de los años. Sin olvidar la excelente cooperación que se supo hacer con las compañías telefónicas de Hispanoamérica a través de AHCIET (Asociación Hispanoamericana de Centros de Investigación y Empresas de Telecomunicación).
Sin duda, la cultura y la personalidad de esta nueva Telefónica ha marcado su andadura hasta el centenario.
Foto portada: Inauguración del servicio público de transmisión de datos con Barrera de Irimo. Fuente: archivo de Comunicación de Telefónica S.A.