Antonio Pérez Yuste
Doctor Ingeniero de Telecomunicación. Profesor Titular de la Universidad Politécnica de Madrid y miembro del Foro Histórico del COIT.
¿Y si el teléfono fuese también un invento español?
Ya se han cumplido cien años del fallecimiento de Alexander Graham Bell. Su patente del teléfono de 1876 transformó para siempre nuestra sociedad y puso las bases de la industria moderna de las telecomunicaciones. Pero ¿qué pasaría si resultase que antes que Bell en Estados Unidos el teléfono hubiese sido inventado en España? Desde el Foro Histórico de las Telecomunicaciones del COIT, Antonio Pérez Yuste nos explica las razones de esta teoría.
La ley de patentes (Patent Act) de 1870, en los Estados Unidos, pretendía favorecer la creatividad tecnológica y proteger al mismo tiempo a los inventores y emprendedores de ese país. Para ello, la ley imprimió un carácter muy acentuado al ‘monopolio del invento’, dentro de un mercado a la vez abierto y liberalizado. Aquello dio lugar al ‘síndrome del monopolio’, como lo denomina el ingeniero Basilio Catania, pues “no existía nada que atemperase el poder de una empresa”. La ley otorgaba al propietario de una patente el derecho exclusivo de explotarla comercialmente durante 17 años, del modo y con los precios que quisiera, impidiendo a cualquier rival entrar en el mercado, a no ser como subsidiario.
Al calor del ‘oro’ de la patente surgieron ‘buscadores’ que, oportunistamente en muchas ocasiones, e ingeniosamente las menos, trataron de hacer negocio con la explotación de las patentes. Entre las segundas, estaba la Bell Telephone Company, creada en julio de 1877 para explotar la famosa patente 174.465 de Graham Bell, según la estructura y compromisos recogidos en un Memorandum of Understanding, firmado meses antes de que la citada patente fuese registrada.
Desde 1878 hasta 1885 la maquinaria legal de la Bell consiguió anular a todos los competidores en los tribunales
En cuestión de un año la compañía consiguió levantar fondos suficientes para iniciar su expansión por la costa este de los Estados Unidos mediante la creación de compañías locales subsidiarias a las que cobraba regalías por el número de líneas instaladas. El negocio fue boyante y atrajo enseguida la atención de otros actores, que intentaron encontrar huecos de mercado aún no ocupados por la Bell.
Sin embargo, desde 1878 hasta 1885 la maquinaria legal de la Bell consiguió anular a todos los competidores en los tribunales, dejando el camino expedito para su expansión nacional e internacional por todo el mundo hasta convertirse, con el paso de los años, en el conglomerado industrial AT&T.
Estados Unidos contra el Bell System, 1885
La posición de dominio en el mercado que tenía la Bell en Estados Unidos en 1885 era tal que el Departamento de Justicia, animado por ciertos grupos de presión, tomó la decisión de presentar un acta de acusación (Bill of Complaint) contra la compañía, pasando la administración del procedimiento ejecutivo al Departamento de Interior como responsable de la concesión y gestión de las patentes.
La audiencia pública preliminar fue celebrada del 9 al 14 de noviembre de 1885, al término de la cual el secretario de Interior, Lucius Q. C. Lamar, recomendó al secretario de Justicia, Augustus H. Garland, incoar un proceso contra la Bell “no en relación con o a beneficio de cualquiera de los reclamantes, sino en interés del Gobierno y del pueblo, y enteramente a cargo y bajo la dirección y el control del Gobierno”.
Dejando a un lado el desarrollo posterior de este proceso judicial, lo más relevante de esa audiencia pública para la finalidad de este artículo fueron las evidencias que aportaron algunos testigos, afirmando que la patente de Bell había sido concebida “sin suficiente base y de modo irregular”.
Una compañía de reciente creación llamada Globe Telephone Company aseguraba que existía una patente de teléfono, anterior a la de Bell, a nombre de un emigrante italiano llamado Antonio Meucci. Se presentaron testimonios de sus primeros experimentos con electricidad, realizados en La Habana en 1849, así como de los ensayos efectuados en su casa de Nueva York, entre 1853 y 1865, con aparatos fabricados por él mismo y conectados por cable entre habitaciones diferentes, por medio de los cuales podía conversar con su mujer.
Pero la sensación llegó cuando se supo que Meucci había registrado, en 1871 en la oficina de patentes, la caveat (anotación preventiva) de un telégrafo parlante (sound telegraph), que llegó a renovar anualmente en dos ocasiones hasta diciembre de 1874, fecha en la que no pudo hacerse cargo de las tasas debido a la penuria económica que atravesaba.
La caveat no es una patente en sentido estricto, sino el anuncio de una invención, que tiene una validez de un año y que se permitía en la ley de 1870 como forma de blindar ese referido monopolio del invento. Consecuentemente, al no renovarla, Meucci decayó en sus derechos pues, como declaró uno de los inspectores de la Oficina de Patentes, “si Meucci hubiese renovado la caveat en 1875, no se le hubiera concedido a Bell ninguna patente”.
Meucci registró en diciembre de 1871 la anotación preventiva (caveat) de una patente de telégrafo parlante (sound telegraph), anterior a la patente de Bell
Bell System contra Globe Telephone Company, 1886
Llama poderosamente la atención el hecho de que solo un día después de iniciarse la audiencia pública anterior, la Bell llevara a juicio a la Globe Telephone Company, a su director general Seth R. Beckwith y al propio Antonio Meucci en una corte de distrito de segundo orden de Nueva York.
Al mismo tiempo, la Bell desencadenó un ataque feroz contra el gobierno de Estados Unidos en la Cámara de Representantes, con la intención de activar una investigación parlamentaria contra ciertos cargos públicos que, supuestamente, habían favorecido el proceso incoado por el gobierno para anular las patentes de Graham Bell.
Por su parte, la Globe contratacó creando la Meucci Telephone Company, con sedes en Elisabeth (Nueva Jersey) el 27 de febrero de 1886, y luego en Nashville (Tennessee) el 15 de abril del mismo año. Beckwith creía que no sería fácil para la Bell obtener una notificación contra la nueva sociedad en el sur de los Estados Unidos y mucho menos ganar un proceso allí con la misma facilidad con que podía hacerlo en el norte. Por esa razón, todos los derechos sobre los inventos de Meucci fueron cedidos a la compañía de Nashville, con la esperanza de protegerlos del ataque de la Bell.
Sin embargo, la Bell no estaba dispuesta a dejar ningún cabo suelto y también llevó a juicio a la nueva compañía en junio de 1886. Ganó ambos: el de la Globe, en julio de 1887, y el de la Meucci, en junio de 1892, aunque para entonces las dos compañías, asfixiadas comercialmente, ya habían cesado en sus actividades, y el inventor italiano, anciano y enfermo, hacía tres años que había fallecido.
Flashback: La Habana (España), 1849
Antonio Meucci era un técnico de escena de Florencia que había emigrado, junto con su esposa, a La Habana (Cuba) en 1835, y permanecieron en la isla hasta 1850, cuando se trasladaron a los Estados Unidos. En La Habana trabajó como mecánico en el Gran Teatro Tacón, a la vez que estudiaba y ensayaba con los fenómenos del galvanismo. Se sabe que el gobernador de Cuba, el general Leopoldo O’Donnell, lo empleó cuatro años en galvanizar armas de la tropa y botones de los uniformes.
En 1846, con los equipos que había conseguido, construyó un aparato médico de electroterapia, con el que se dedicó a realizar experimentos basados en las teorías de Mesmer y Bertholon, según las cuales el terapeuta “debía insertarse en el propio circuito eléctrico, en serie con el paciente, para averiguar dónde estaba la enfermedad”.
El propio Meucci contaría, años más tarde, que en 1849 durante una sesión de electroterapia con un paciente que padecía de fuertes dolores de cabeza, le hizo introducirse en la boca una lengüeta con el cable electrificado. Después de eso, relataba Meucci, “escuché un grito más claramente que si fuese natural (…). Me puse entonces este cobre de mi instrumento a la oreja, y oí el sonido de su voz a través del alambre (…). Esta fue mi primera impresión y el origen de mi idea de la transmisión de la voz humana por medio de la electricidad”.
Resulta irónico que en esa carambola del destino se esconda la serendipia de un hallazgo afortunado e inesperado, que puso la simiente de un telégrafo parlante anterior al de Graham Bell y de una caveat no renovada por falta de medios que, por último, dejó el camino expedito a la patente de Bell y a la todopoderosa corporación que de ella nació.
Pero es, a la vez, esa carambola del destino la que motivó que tan feliz acontecimiento sucediera en la Cuba española, dándonos ahora la legitimidad de preguntarnos si, por qué no, el teléfono podría considerarse, también, un invento español.
Reconocimiento institucional
El 11 de julio de 2002 la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó la resolución número 269, en la que se honra la vida y el trabajo de Antonio Meucci y se reconoce, asimismo, su contribución al desarrollo de la telefonía antes que Bell. La resolución llegó después de un intenso trabajo de investigación de muchos años realizado en Italia, Cuba y Estados Unidos por el Ingeniero de Telecomunicaciones Basilio Catania.
Más rivalidades
Otra rivalidad notable fue la mantenida por la Bell contra la Western Union, propietaria de la caveat de telégrafo parlante de Elisha Gray. En esta ocasión, el litigio se resolvió mediante un acuerdo extrajudicial de cartel entre las partes, firmado el 10 noviembre de 1879, que establecía una repartición del mercado: el telefónico para la Bell, el telegráfico para la Western Union, y el reconocimiento oficial por parte de la Western Union de la prioridad de Graham Bell en la invención del teléfono.