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Tribuna

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Javier Domínguez

Ingeniero de Telecomunicación.

Europa regula

Cuando Europa despertó del sueño regulador de la libre competencia, los dinosaurios tecnológicos estaban allí, como vigilantes de los mercados digitales, los clientes y la información

La Unión Europea intenta con dos nuevos reglamentos, el de los Servicios Digitales y el de los Mercados Digitales, que la ciudadanía elija libremente y con seguridad cuando acceda a los servicios, y que las empresas compitan en condiciones justas cuando apuesten por las oportunidades que brinda la digitalización.

Cuenta el tópico que “Estados Unidos patenta, China fabrica y Europa regula”. Se nos relega al papel de artífices de la legislación, a la cola de la invención y el desarrollo.

Si miramos al sector de las telecomunicaciones, el diagnóstico no parece desatinado: desde los años noventa del pasado siglo resulta patente el afán regulatorio de la Unión Europea (UE). La intervención estaba justificada ya que, en prácticamente todos los países comunitarios, la situación de partida era la de un monopolio y había que fomentar y garantizar la liberalización de los mercados. Tres décadas después, los servicios se prestan en un entorno de competencia efectiva y se ha retirado la mayor parte de la intervención inicial.

El eje central de la regulación europea de las telecomunicaciones es la definición y análisis de segmentos de mercado: si se identifican operadores con ‘poder significativo’ se les imponen obligaciones asimétricas para garantizar la igualdad de oportunidades. Las obligaciones técnicas se sitúan en las ‘capas bajas’ de la arquitectura de redes: las infraestructuras pasivas, el espectro radioeléctrico y los protocolos que soportan el acceso y el transporte de las señales (conectividad).

Mientras Europa se dedicaba a regular la competencia, otros maniobraban con éxito para evitar que el resultado obstaculizase el sobrevuelo de las ‘capas bajas’: lograron que la doctrina de las ‘comunicaciones electrónicas’ (querencia de la eurocracia) obviase la interacción que incentivan los sistemas algorítmicos para, así, eludir las obligaciones regulatorias. Además, han sabido capturar el crédito de la gente con estímulos y facilidades aparentemente gratuitas e interactuar con las personas para beneficiarse de sus impulsos emocionales y deseos de socialización. Con ello, y con los recursos de la ‘nube tecnológica’, han alcanzado una posición de dominio en el almacenamiento masivo y estructurado de los datos: ejercen de vigilantes de los mercados digitales, las audiencias y la información. Recreando el cuentito de Augusto Monterroso: cuando Europa despertó del sueño regulador de la libre competencia, los dinosaurios estaban allí (y ninguno era europeo).

En 2020 la UE promueve, en la senda trazada por la normativa de protección de datos, un marco legal que ayude a la ciudadanía a elegir libremente y con seguridad cuando acceda a los servicios digitales. Asimismo, acomete una regulación que facilite a las empresas competir en condiciones justas cuando apuesten por las oportunidades de los negocios digitales. Como resultado, se han adoptado dos nuevos reglamentos europeos: el de los Servicios Digitales y el de los Mercados Digitales.

Es difícil anticipar la eficacia de estos complejos instrumentos jurídicos. El tiempo dirá si protegen los derechos de las personas y ayudan a mejorar la competitividad tecnológica de la UE, aunque el proteccionismo que subyace pueda debilitar la innovación. Mientras, nos hemos retirado a la habitación de pensar para reflexionar sobre si los dinosaurios deben contribuir a la evolución y mantenimiento de las ‘capas bajas’ por las que navegan a toda vela.

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