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Tribuna

Javier dominguez

Javier Domínguez

Ingeniero de Telecomunicación

Ingeniería mejor que ingenieros

El genérico ingeniería favorece la cohabitación de especialidades, suaviza las tensiones corporativistas y se asocia con un lenguaje inclusivo, no sexista

La palabra ingeniería se ha consolidado en la denominación de la última generación de escuelas para la enseñanza universitaria de las telecomunicaciones; también en la etiqueta de los grados y posgrados surgidos al amparo del Proceso de Bolonia. Algunas de las antiguas Escuelas de Ingenieros han renovado su rótulo para adaptarse a la nueva tendencia.

En el principio, las enseñanzas técnicas de grado superior se impartían en Escuelas de Ingenieros. Su creación y denominación respondían a la necesidad de formar funcionarios especializados. Así surgió la de Ingenieros de Telecomunicación, como antes nacieron las de industriales, de caminos, de aeronáuticos, de montes… Convivían con las Facultades de Medicina (no de médicos), de Derecho (no de abogados), de Filosofía (no de filósofos)… y la Escuela de Arquitectura (no de arquitectos).

Si repasamos la historia de las escuelas dedicadas a la enseñanza de las telecomunicaciones* se aprecia que, después de la decana de Madrid, las nuevas sustituyeron (salvo pocas excepciones) en la nominación a los ingenieros por la ingeniería. Con un simple cambio de sufijo se transmite el mensaje de que su actividad trasciende a la concesión de títulos y se refuerza su vinculación con el sistema universitario.

El genérico ingeniería tiene mayor poder evocador: se asocia con desafíos tecnológicos que transforman el conocimiento científico en proyectos innovadores para atender necesidades de la sociedad. Se alimenta de las matemáticas y de las ciencias experimentales, y se relaciona amigablemente con las humanidades, las ciencias de la salud y las sociales. Colabora con la arquitectura para lograr un urbanismo agradable y viviendas confortables. Además, la palabra ingeniería favorece la cohabitación de especialidades, suaviza las tensiones corporativistas y se asocia con un lenguaje inclusivo, no sexista.

En este ambiente, las escuelas para el estudio de la ingeniería persiguen ser referentes en el cultivo del conocimiento y desarrollo de las tecnologías, así como facilitar su aprendizaje, valorar su impacto social y contribuir a su uso eficiente. En ellas han de encontrarse respuestas independientes y realistas a las cuestiones que plantean las nuevas tecnologías, sin dejarse arrastrar por el papanatismo tecnológico.

En el repaso observamos, también, que la etiqueta ingeniería se ha consolidado en las denominaciones de los grados y posgrados que, diseñados de acuerdo con el Proceso de Bolonia, se imparten en las Escuelas de Ingeniería (y también en las de ingenieros que decidieron diversificar su oferta académica).

Quizá el lector entienda que la disyuntiva entre sufijos es un asunto de cosmética y que lo relevante, y no bien resuelto, es el problema creado con la separación entre los títulos académicos (derivados del Proceso de Bolonia) y los profesionales. No le ha de faltar ingenio a la ingeniería para encontrar una fórmula sugerente para los nuevos tiempos.

Por cierto, algunas de las más antiguas escuelas que nacieron con la referencia de ingenieros han rehabilitado su fachada y modernizado su rótulo. Así, la de aeronáuticos se ha convertido en ingeniería aeronáutica y del espacio; la de montes en ingeniería de montes, forestal y del medio natural; la de agrónomos en ingeniería agronómica, alimentaria y de biosistemas. ¿Cuándo esta tendencia alcanzará, también, a las todavía Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros de Telecomunicación?

* https://www.coit.es/informes/las-escuelas-de-ingenieria-de-telecomunicacion-una-historia-de-exitos/

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