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Tribuna

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Teresa Pascual Ogueta

Ingeniera de Telecomunicación.

Nuevas tecnologías y paro

Poner freno a la digitalización no es viable. Con la llegada de fondos europeos hay oportunidad de cambio. Para España puede ser el plan Marshall que no tuvo. Este plan impulsó la reconversión de la economía de los países europeos occidentales y España fue el único país que no recibió esa ayuda

Desde todos los medios se insiste, una y otra vez, en que la tecnología más avanzada que viene lleva aparejada la pérdida de puestos de trabajo. Es como una lluvia persistente que nos empapa y nos paraliza, obnubila la mirada e impide ver con claridad el panorama de lo que ya es realidad y de lo que está por venir.

En España, si tenemos en cuenta las estadísticas del INE durante los últimos cuarenta años, el paro es de naturaleza estructural. Ya desde la adolescencia se aprende que el desempleo acechará. Esta idea influye en cómo los más jóvenes se enfrentan al esfuerzo que hay que hacer para formarse y lo que pueden esperar a cambio en el futuro.

Según los datos, el índice de paro más bajo se dio en 2007 y era de un 7,9%. Muy pocas veces en este larguísimo periodo ha bajado del 15%, llegando a subir al 27% en 2013. Estas cifras contrastan con las de los países que nos rodean, donde el paro en ese periodo nunca ha subido del 10% en momentos de crisis, situándose en el entorno del 5% en los buenos momentos. El índice de paro en nuestro país es muy alto y no se debe a la digitalización que viene.

Reducción de puestos de trabajo

Hay trabajo asalariado que desaparece porque esas tareas se han dejado de pagar, aunque se sigan realizando.

A mediados del siglo pasado, y sin necesidad de avances tecnológicos, alguien tuvo la idea de cambiar la forma de comprar y se crearon los autoservicios. No habría mostrador, solo estanterías con los productos y cada persona se despacharía a sí misma. Eso redujo considerablemente el personal asalariado y quedó solamente el mínimo necesario para atender la caja.

Tampoco hizo falta alta tecnología para que restaurantes y hoteles prescindieran de gran parte de su personal. Cada cual se sirve lo que desea y resulta rentable para el establecimiento, porque no se consumen más alimentos que cuando una persona sirve en la mesa la comida o el desayuno.

Ahora, en un refinamiento del método para prescindir de puestos de trabajo, es la clientela quien coge, empaqueta y paga su mercancía. No hay en el nuevo sistema de compra Inteligencia Artificial, ni ninguna tecnología avanzada. La máquina, bastante convencional, que hace todas esas cosas es la misma que utilizaba hasta hace poco la persona asalariada en caja. En definitiva, ideas que mejoran la rentabilidad del negocio. Estas tareas, que siguen siendo imprescindibles, ahora las realiza quien compra sin recibir contraprestación.

Al principio, cuando se pretende introducir una nueva operativa para pagar, se puede elegir entre utilizar el sistema convencional o el moderno. Normalmente hay más gente para pagar en el puesto atendido, así que se gana algo de tiempo en el sistema nuevo. Después de un periodo de prueba, ya no hay opción de elegir y también hay que guardar cola para usar el flamante sistema. El nuevo procedimiento acaba siendo especialmente lento, bien porque las interfaces no estén bien diseñadas, bien porque no todo el mundo tiene la misma habilidad para utilizarlo. Pasa lo mismo con las gasolineras, las tiendas de ropa y un largo catálogo de empresas que ya utilizan a sus clientes para que hagan lo que antes hacía su personal asalariado. Métodos que eliminan empleo, que no trabajo, y no utilizan tecnologías novedosas.

Tampoco hay tecnología cuando algunos trabajadores tienen que trabajar gratis a modo de “peaje” para introducirse en la profesión. Tampoco la hay en grandes consultoras, donde se trabaja ochenta horas a la semana porque no se contrata el personal que se necesita.

Digitalización y paro asociado

Es indudable que muchas de las nuevas propuestas tecnológicas que llegan al mercado disminuyen las necesidades de mano de obra. Cierto también que las máquinas liberan a las personas de determinadas ocupaciones costosas en salud, esfuerzo y tiempo.

Las nuevas tecnologías no se generan a sí mismas. Necesitan de personal, con excelente formación, que las conciba, diseñe, desarrolle, pruebe, mantenga y actualice. Hay una pérdida de puestos de trabajo antiguos, pero también creación de empleos que antes no existían. El problema está en que no siempre las personas son intercambiables. Las que hacían el trabajo antes, a menudo, no pueden hacer lo que ahora se necesita.

A la hora de afrontar los cambios, influye, y mucho, la ideología dominante en la sociedad. En los primeros ochenta, consecuencia del auge rápido de las llamadas TIC, se produjo una auténtica explosión en la automatización de procesos. Entonces, lo que se imaginó fue una sociedad que no necesitaba tantas horas de trabajo y se desarrollarían más actividades de ocio. Se evitaron los despidos masivos porque la sociedad no los toleraba y se fomentó la reconversión de puestos de trabajo. Ahora se aceptan los despidos colectivos como inevitables y esa creencia dificulta la búsqueda de alternativas.

Poner freno a la digitalización no es viable. Con la llegada de fondos europeos hay oportunidad de cambio. Para España puede ser el plan Marshall que no tuvo. Este plan impulsó la reconversión de la economía de los países europeos occidentales y España fue el único país que no recibió esa ayuda. No será fácil, muchos sectores de actividad e incluso equipos de fútbol desean ese dinero. El futuro está en la educación. Una buena formación da oportunidades, aunque no garantías. Sin formación solo queda la opción de trabajos cada vez más precarios.

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