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Tribuna

José Casado

José Casado

Ingeniero de Telecomunicación

Transformaciones globales y sus modelos económicos

El nuevo ‘Manifiesto de Davos’ establece que las empresas deben abogar por unas condiciones competitivas y equitativas

 

Estamos entrando en terrenos desconocidos en la historia económica, ya que los ejercicios de expansión monetaria convivirán con una aceleración de la revolución tecnológica

Mientras Europa ha dejado de ser el centro de la economía, inauguramos una nueva etapa de la historia económica con una aceleración de la revolución tecnológica en forma de menos globalización, más populismos, más robotización y más teletrabajo. Mucho ha cambiado el mundo desde el primer Manifiesto de Davos del año 1973.

En 1973, el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, lanzó el primer ‘Manifiesto de Davos’, un conjunto de tres principios éticos:

  1. El propósito de una empresa es involucrar a todas sus partes interesadas (stakeholders) en la creación de valor compartido y sostenido. Así, sirve no sólo a sus accionistas, sino a sus grupos de interés: empleados, clientes, proveedores, comunidades locales y la sociedad en general.
  2. Una empresa es más que una unidad económica que genera riqueza. Satisface las aspiraciones humanas y sociales como parte de un sistema social más amplio. El rendimiento debe medirse no sólo en la rentabilidad a los accionistas, sino también en la forma en que alcanza sus objetivos medioambientales, sociales y de buen gobierno.
  3. Una empresa multinacional no solo sirve a sus stakeholders, sino que actúa como una parte interesada –junto con los gobiernos y la sociedad civil– de nuestro futuro global. La ciudadanía global corporativa requiere que la empresa aproveche sus competencias básicas, su emprendimiento, habilidades y recursos en la colaboración con otras empresas y stakeholders para mejorar el estado del mundo.

En términos generales, tenemos tres modelos de capitalismo para mantener nuestro sistema económico a las generaciones futuras. El primero es el ‘capitalismo de accionistas’, adoptado por la mayoría de las firmas occidentales, que sostiene que el objetivo principal de una corporación debe ser maximizar sus beneficios. El segundo modelo es el ‘capitalismo de Estado’, que confía al gobierno que establezca la dirección de la economía y ha alcanzado prominencia en muchos mercados emergentes, entre ellos China. Y finalmente, el ‘Capitalismo de los stakeholders’ como modelo que posiciona a las firmas privadas como fideicomisarios de la sociedad, y es en teoría la mejor respuesta a los desafíos sociales y ambientales actuales.

El modelo de ‘capitalismo de accionistas’ dominante ganó terreno por primera vez en los EEUU desde la década de 1970: cientos de millones de personas en todo el mundo prosperaron, a medida que las empresas que buscaban ganancias desbloquearon nuevos mercados y crearon nuevos puestos de trabajo.

Pero junto con las presiones de la industria financiera para impulsar los resultados a corto plazo, el foco único en los beneficios hizo que el ‘capitalismo de accionistas’ se desconectase cada vez más de la economía real. Esta forma de capitalismo ya no es sostenible. La activista climática sueca Greta Thunberg nos ha recordado que la adhesión al sistema económico actual representa una traición a las generaciones futuras, debido a su falta de sostenibilidad ambiental.

El ‘capitalismo de los stakeholders’

Se debería aprovechar para promover que el ‘capitalismo de los stakeholders’ sea el modelo dominante. Con ese fin, el Foro Económico Mundial ha lanzado un nuevo ‘Manifiesto de Davos’, que establece que las empresas deben pagar su parte justa de impuestos, mostrar tolerancia cero a la corrupción, defender los derechos humanos a lo largo de sus cadenas de suministro globales y abogar por unas condiciones competitivas y equitativas, en particular en la ‘economía de ecosistemas o plataformas digitales’.

Si bien la economía global ha experimentado una enorme transformación en estos últimos 50 años, con el auge de la tecnología, de China, de la desigualdad salarial y de las llamadas empresas éticas, la idea de que las compañías deberían ser conscientes de mucho más que los resultados a corto sigue siendo bastante novedosa. Mientras, otros cambios importantes que se han producido en estos 50 años incluyen: la creciente influencia de las empresas tecnológicas, el creciente protagonismo de las multinacionales en el mundo en desarrollo, una expansión del mercado de talento global y un preocupante aumento de la desigualdad de ingresos.

En resumen… Algunos vienen hablando de desglobalización ya desde 2008 y todavía más desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016. Pero, las cadenas de valor globales, que son el centro de la globalización, constituyen un aumento espectacular de la eficiencia hasta el punto de que no es descartable que sean uno de los factores relevantes no ya de la ingente oferta de productos hoy disponibles, sino del mundo sin inflación que estamos viviendo.

Si el auge del populismo y la demagogia no alcanzan fuerza suficiente para conformar los gobiernos de los países más influyentes en la economía mundial, lo más probable es que el cambio se limite a una modificación de la competencia desigual que dominó la globalización hasta la crisis de 2008. China es un país de costes laborales bajos y, gracias al apoyo estatal y el capital invertido por los países avanzados, muy competitivo.

Pero, aunque muchos prefieran olvidarlo, también es una dictadura sin los derechos humanos y medioambientales habituales en Europa, ni libertad sindical, de reunión, de expresión… Y además ha infringido masivamente derechos económicos básicos para una competencia entre iguales como el de propiedad intelectual. Nadie le ha dicho nada. Quizá esto cambie a partir de ahora. Pero si el populismo se expande, la interrelación entre economías sin duda se reducirá para beneficio de China y Estados Unidos, y en perjuicio de Europa.

Los problemas son la velocidad actual de los cambios, que Europa ha dejado de ser el centro de la economía mundial, un lugar que ha ocupado, al menos en los últimos doscientos años, y que estamos entrando en terrenos desconocidos en la historia económica, ya que los ejercicios de expansión monetarios convivirán con una aceleración de la revolución tecnológica en forma de menos globalización, más populismos, más robotización y más teletrabajo, combinación de efectos totalmente desconocidos.

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